Vigencia del "Levante feliz". Un paisaje "albuferenc" de Sorolla y la exuberancia agrícola descrita por Blasco Ibáñez; así es el "Levante feliz". Una sociedad anestesiada y sin conciencia por su lengua, el urbanismo salvaje, la corrupción o las desigualdades sociales; así se manifiesta el "meninfotisme valencià". Son dos caras de un mito cuya vigencia analizan profesores y escritores en el último número de la revista "Eines", presentado ayer en Valencia.
¿Por qué Porque "los valencianos saben arruinarse a sí y a sus cosas primorosamente", hubiera repetido ahora, como hace tres siglos, el ilustrado Juan Antonio Mayans. Otros lo achacarán al socorrido meninfotisme valenciano. Pero el periodista y escritor Xavier Aliaga alerta sobre esa tentación de asociar el inmovilismo al pasotismo. "Podríamos pensar -explica- que un individuo de la tribu 'a mi me la bufa tot' (en adelante, AMLBT) es un abstencionista en potencia. Pero las cosas no funcionan así. Los AMLBT no son individuos sin conexión con la realidad, rebaño electoral fácil de manipular. Tienen intereses anclados en las fiestas y tradiciones, el patriotismo futbolero y, hace falta no olvidarlo, el mantenimiento del statu quo económico y social, la lucha por la supervivencia aposentada sobre códigos de comportamiento opacos. Tienen intereses y apoyan políticamente a quien piensan que los defiende. La acusación del fenómeno como meninfotisme se queda desdibujada y desligada de otros ámbitos territoriales donde se producen comportamientos asimilables. (...) Porque el meninfotisme es el pórtico de marcos mucho más destructivos que la simple pulsión lúdica y la indiferencia respecto a la esfera pública", sostiene Aliaga.
Izquierdo da su propia respuesta: "El PP ha hecho lo que nadie esperaba: ha creado comunitat. Tal vez no es la que nos gustaría, o la mejor, pero las comunidades son así: predomina el patronazgo por razones económicas o de carisma por encima del mérito, el contacto personal por encima de la burocracia, la justicia comunal por encima de la separación de poderes, la fuerza de la mayoría sobre el derecho de las minorías. Son conservadoras, tradicionalistas y están obsesionadas por el control interno y externo".
Un tópico del siglo XIX
Mientras, todos los miembros de esa comunitat andan buscando ese arcádico Levante feliz. ¿Cuándo nace el tópico Según detalla Áurea Ortiz, profesora de Historia del Arte de la Universitat de València, "la expresión Levante feliz se populariza en la prensa madrileña en los años 30 del siglo pasado, pero recoge un concepto que aparece en Valencia desde la segunda mitad del siglo XIX", cuando empieza la transformación burguesa, industrial y urbana de la Comunitat Valenciana.
"Una de las bases del mito del Levante feliz surgió de la idealización de la huerta, origen de la riqueza y el desarrollo económico, que acabó convertida en el imaginario colectivo en un paraíso de paisajes incomparables y gentes felices que habitaban una sociedad armónica y sin conflictos, cohesionada por el respeto a los valores tradicionales: la familia, la religión, la propiedad de la tierra, esas cosas". De acuerdo con la imagen proyectada al exterior, "aquí sólo se cantaba, se bailaba y se comía paella (...) Era un folclorismo de postal y souvenir", anota la historiadora.
El hecho puede provocar risa. Y sin embargo, recalca Áurea Ortiz, "no hay que menospreciar el estereotipo por mucho que seamos conscientes de su falsedad; ha gozado de una potencia y una persistencia asombrosas, hasta el punto de que sin él no es posible entender la cultura y la sociedad valencianas de entonces y de ahora".
"Manufacturera de ruinas"
Tal vez sólo así pueda entenderse el autismo valenciano ante tres grietas del Levante feliz retratadas en Eines. Una la refleja Nacho Moreno: "La sociedad valenciana se ha convertido en la principal manufacturera de ruinas a raíz de la crisis económica" que se ejemplifican "en los hoteles vacíos a la entrada de las ciudades o en la red de urbanizaciones abandonadas que ahogan nuestras capitales".
Eva Verdú añade la segunda fisura: "Nos han acostumbrado a un urbanismo poco respetuoso con el patrimonio, el medio agrícola y la trama urbanística" que "responde a un modelo urbanístico basado en la especulación".
Francesc Martínez, presidente de la Associació de Publicacions Periòdiques Valencianes, aporta un tercer drama: La Generalitat ha "favorecido" la "castellanización de nuestro sistema comunicativo" y "el conflicto lingüístico sobre el nombre de la lengua ha desmovilizado a la sociedad en la recuperación de la lengua".
Ahora bien: quizá sea mejor hacer caso a la profesora Áurea Ortiz y zanjar la lista de infelicidadeslevantinas escondidas bajo la alfombra del meninfotisme. Porque, al fin y al cabo, como ella sostiene, "Valencia es la tierra de las flores, de la luz y del amor. Y el que lo ponga en duda es un mal valenciano".
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